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martes, 17 de noviembre de 2015

LOS INTRATERRESTRES-EL MISTERIO DE LAS CUEVAS DE LOS TAYOS




LOS INTRATERRESTRES-EL MISTERIO DE LAS CUEVAS DE LOS TAYOS

La existencia de otra humanidad, tecnológica y espiritualmente más avanzada que la nuestra –viviendo en el interior de la Tierra– ha apasionado a buscadores, como Juan Moricz. El descubrimiento de una “biblioteca” de placas metálicas en la Cueva de los Tayos, en Ecuador, podría, de confirmarse, cambiar el rumbo de la historia… 
Pablo Villarrubia Mauso, Buenos Aires, mayo de 2001, acababa de dar una charla en una librería de la gran metrópoli cuando, conversando con mi amigo el editor Alfonso Barredo, se nos acercó uno de los libreros. "He oído que busca a Julio Goyen Aguado. Siento decirle que fue uno de los más grandes espeleólogos de Sudamérica y que ha muerto hace casi dos años", me dijo el joven. 
Llevaba algún tiempo buscando a Aguado para entrevistarle. Ni el correo desde Madrid ni mi número de teléfono obtuvieron respuesta. Me interesaba conocerle porque había participado en algunas expediciones a uno de los lugares más enigmáticos de la Tierra: la Cueva de los Tayos, en la Amazonía ecuatoriana. De este laberinto subterráneo se ha hablado mucho, también escrito, pero poco se sabe sobre los misterios que oculta. 

Eric von Däniken, el célebre escritor suizo, fue quien más hizo por divulgar la existencia de estas cuevas a partir de un personaje hermético y de vida azarosa: el húngaro nacionalizado argentino Juan Moricz. Éste afirmaba que allí, bajo la selva, existía una verdadera biblioteca de placas metálicas repletas de intrigantes inscripciones jeroglíficas o ideográficas. Cada una contenía una parte de la historia de la Humanidad que sería capaz de revolucionar todos los conocimientos sobre nuestros orígenes y futuro. 


 

La existencia de tales placas estaba rodeada de confusas y nada aclaradoras informaciones. Por un lado el húngaro-argentino mantenía bajo siete llaves –y nunca mejor dicho como veremos más adelante– la localización exacta de un recinto subterráneo denominado "La Biblioteca", y por otro se hablaba de la existencia de una raza de humanoides habitando aquel "mundo intraterrestre" –como solía decir Moricz–, una raza alienígena que milenios atrás llegó a nuestro planeta. 
La persona en cuestión era Javier Stagnaro. Apenas tuve su teléfono le llamé y nos reunimos al día siguiente en casa del ufólogo Claudio Mizkas, en Buenos Aires.
Stagnaro trajo una gruesa carpeta con recortes, documentos y fotos. Su voz pausada y razonamiento lógico me indicaba que estaba ante una persona de fiar. 
"Aguado era una persona extraordinaria, un hombre con una gran fuerza de voluntad, un verdadero explorador de espacios recónditos. Él y Moricz eran muy amigos, mantenían un pacto de silencio sobre los secretos en torno a esta cueva y a los habitantes de los mundos subterráneos", comentó Stagnaro. 
"Entonces, ¿Aguado también creía que existía una humanidad bajo la tierra?", pregunté. 
"Sí, así es. Pensaba que bajo toda América había un gran complejo de túneles artificiales, construidos por una civilización avanzada muy antigua, que en determinados puntos continentales podrían seguir viva". 
Sobre este asunto se ha especulado mucho. Se ha dicho que los grandes conocimientos de orfebrería de los antiguos ecuatorianos podrían proceder de una civilización más avanzada, aún desconocida por los arqueólogos, o no identificada, y que algunas piezas arqueológicas muestran hombres con extraños cascos que parecen escafandras. ¿Simples casualidades? 


Expediciones a los Tayos 


 


En agosto de 1976 dió inicio la mayor expedición conocida a la Cueva de los Tayos. Vale la pena echar un vistazo a la historia oficial para, después, de la mano de Javier Stagnaro y otros entrevistados, conocer ciertos detalles de la expedición. 


 


El grupo estaba formado por 65 personas, entre las que se encontraban 35 británicos del ejército, 20 militares ecuatorianos, diez expertos médicos, biólogos, arqueólogos y el astronauta Neil Armstrong. La expedición permaneció casi dos semanas en la selva. Durante ese tiempo fueron abastecidos por vía aérea. 
La labor se vió dificultada por la meteorología, con constante llovizna y niebla. Instalaron un equipo electrógeno en superficie y luego bajaron cables con las lámparas de iluminación. Una vez se adentraban en las entrañas de la tierra, sólo salían al llegar el ocaso cargados con el material recogido –básicamente minerales y ciertos insectos y animales–. 


              


Los soldados británicos levantaron una plataforma en la boca de la cueva. Desde ella 50 metros de caída les conducían al inicio del laberíntico subsuelo. Luego alcanzaron los 200 metros de profundidad. La Cueva de los Tayos está a unos 1.000 metros sobre el nivel del mar. La expedición anglo-ecuatoriana se dividió en dos grupos y halló un gran lago con peces ciegos y una gran población de arañas gigantes, ratas y víboras. Hallaron también arcos de piedra y moles de andesita –el mismo material empleado en la construcción de Tiahuanaco, en Bolivia– de 50 metros de alto por 300 de largo, sin que nadie supiera explicar cómo pudieron cincelarse. Asimismo, allí, en las tinieblas, habitan los pájaros tayos, que revoletean asustados alrededor de los expedicionarios. Estas extrañas aves pueden ser consideradas verdaderos fósiles vivientes, una especie que ha subsistido así durante millones de años. De hecho los científicos los consideran una suerte de ave-murciélago al disponer de un emisor de ultrasonidos que les guia en la oscuridad. Los gritos de los tayos tienen la particularidad de ser muy agudos y fuertes, como un llanto de niño. 
Los indios shuar o jíbaros creen que sus dioses moran allí dentro. Una vez al año organizan una gran cacería en las cuevas para obtener aceite. Stagnaro narró que en 1969 Moricz organizó una expedición que se llamaba Talto Soc Parlanga, que en magiar o húngaro antiguo significa “Caverna de los Tayos”.
“Los Talto Soc son en la mitología húngara los vampiros, que Moricz identifica con los Tayos de Ecuador. Y el Talto es el pájaro, ya extinguido en Europa, que aparece en el escudo de la familia Moricz. Era como si fuera algo kármico en la vida de Moricz”, apuntaba Stagnaro. 



Mormones y los Tayos 

Sabía que Aguado había participado en la famosa expedición a los Tayos de 1976, junto con Neil Armstrong, pero no que había visitado las cuevas con Moricz mucho antes, y varias veces, entre 1965 y 1969. 
“Eran expediciones privadas, de las que Julio tenía filmaciones en Super-8 que llegué a ver. En 1976 Aguado volvió a los Tayos. A través de Juan Moricz contactó con el ingeniero y espeleólogo escocés Stanley Hall. Según Aguado la cosa fue así. En 1974 Stanley Hall escribió a Juan Moricz para que fuera el guía de la expedición. El húngaro no aceptó porque quería ser jefe del grupo y con ciertas condiciones como, por ejemplo, no sacar ninguna pieza o placa, de oro o plata, de las cuevas. Stanley Hall no quiso ceder a la jefatura de la expedición y ofreció compartirla, pero Juan Moricz fue intransigente en eso y decidió no participar. De todas formas, decidió llamar a su buen amigo Aguado para guiar al grupo, pero por un pacto con el húngaro nunca llevaría al escocés y su gente a la sala de la misteriosa biblioteca…”, detalló el discípulo de Aguado. 


 


Y ¿ por qué Neil Armstrong participó en la expedición como padrino? Según lo que Aguado comentó a Stagnaro, sería porque el primer hombre en pisar la Luna era de origen escocés, al igual que Stanley Hall, pero es posible que hubiera otras intenciones. “Aguado estaba convencido de que Hall era miembro de los servicios de inteligencia británicos y de la masonería inglesa, la cual tenía intereses en los Tayos. Pero allí hubo otra nota de color. Para organizar esa expedición, Hall contó con el apoyo de una entidad estadounidense, de la que Aguado en vida nunca hizo mención, sólo decía que había una empresa que aportaba el capital, y de hecho eran los mormones”. 
La revelación de Stagnaro fue importante y siguió dando detalles. “Tengo un amigo ufólogo, un argentino que vive en Chile, Juan Guillermo Aguilera, que perteneció a los mormones. Trabajó en el archivo de microfilms, donde conoció a un elder (misionero mormón) que se llama Wells. Éste parece ser que era quien había organizado la expedición”. 
“¿Por qué los mormones tendrían interés en los Tayos?”, pregunté a Stagnaro. 
“El principal motivo era buscar el libro de las láminas de oro que el profeta Josep Smith tuvo en sus manos y que tradujo, las mismas que le había enseñado el ángel Moroni. Hay una leyenda según la cual tales placas estarían escondidas en algún lugar de la cordillera de los Andes. Curiosamente, la zona donde está la Cueva de los Tayos se llama Morona… casi parecido a Moroni, el ángel. A Neil Armstrong le acompañaron por cuatro mormones americanos que le consideran un prócer viviente”. 
Armstrong permaneció tres días visitando las cuevas y comentó a la prensa que “si fuí el primero en pisar la Luna, quiero también ser uno de los primeros en poner los pies en sitios subterráneos que no han sido hallados por el hombre” o ésta otra perla: “Es un gran paso de la humanidad en el conocimiento del mundo subterráneo”. 
“Los ingleses dijeron que no encontraron nada en especial, ¿es eso cierto?”, pregunté. 
“Creo que sí. Entre los ingleses iban muchos miembros de la inteligencia y también militares ecuatorianos y el fallecido padre Porras, de la Universidad Católica. Durante la expedición Goyen Aguado me contó que encontraron algo que les enfrentó y a punto estuvo de hacerles matarse a tiros unos a otros. Creímos que uno de los soldados ecuatorianos había hallado las láminas de oro. Sin embargo, no era nada importante. Era el padre Porras quien guardaba los elementos importantes aunque no valiosos, pese a tener entre 2.700 y 3.000 años”. 
“¿Qué dijo Stanley Hall de todo eso?”. 
“En 1997 el escocés aún estaba en Guayaquil, en Ecuador, y en apariencia se quedó a vivir allí. Un día afirmó haber contactado con un indígena que conocía la verdadera entrada a la cueva. Hall buscaba financiación para otra expedición internacional y pensaba como Moricz, que las cuevas y sus tesoros eran patrimonio de la humanidad, opinión que en 1976 el propio Hall no aceptaba. Sin embargo, tras la muerte de Moricz, él asumió el papel que el húngaro ejerció como defensor del tesoro. Hall dijo que la entrada era subacuática, que no se podía entrar por tierra. Sin embargo en Ecuador hay más de 400 cavernas de los Tayos y dar con la “biblioteca” es como hallar la célebre aguja del pajar”. 

 

El misterioso Moricz 


En São Paulo visité a Gabriel D'Annunzio Baraldi, un italo-argentino que es uno de los mayores expertos en misterios americanos. Una compleja teoría suya aludía a que los atlantes habían ocupado parte de Brasil y que habían dejado sus huellas jeroglíficas en la piedra de Ingá, en el estado de Paraíba. 
En uno de sus viajes a Ecuador se entrevistó con Moricz .“Lo conocí en Guayaquil. Vivía en un hotel y no tenía casa fija. Que Moricz era una persona adinerada era sabido. Había gastado toda su herencia familiar en investigar y pudo continuar sus trabajos gracias a los minerales que fue encontrando. A mí me ofreció una participación en la minería”, dijo Baraldi. 
Según el italo-argentino, Moricz creía que después del diluvio universal los supervivientes se refugiaron en las cumbres, en la cordillera de los Andes, donde permanecieron hasta que bajaron las aguas. Durante aquel tiempo horadaron las montañas y las convirtieron en morada y refugio. 
“Moricz era como un nuevo ameghino”, continuaba contando Baraldi. “Creía que el hombre tuvo sus orígenes en América y que la cordillera de los Andes está plagada de grutas que van desde Venezuela y Colombia hasta Bolivia, pasando bajo Ecuador y Perú, y que esas mismas cavernas llegan a Tierra del Fuego. Tales cuevas, así como las de los Tayos, fueron, en su opinión, horadadas por máquinas de seres superiores que quisieron, en su tiempo, ofrecer protección a la humanidad”.
Moricz publicó un rarísimo libro titulado El origen americano de los pueblos europeos, en cuyas páginas sostenía la teoría de que en los albores de la civilización no se encontraban en Asia Menor, sino en América. Basaba sus teorías en el análisis comparativo de antiguas lenguas como el vasco y el húngaro, cuyas raíces más profundas podrían ser sudamericanas. 
“Moricz mantuvo contacto con los indios Colorados de Ecuador, una tribu que habita al norte de la región Morona-Santiago. Me dijo que se comunicaba con ellos en magiar, el antiguo húngaro, y que se entendían pese a algunas diferencias”, recordaba el estudioso. 
Otro investigador con quien hablé en São Paulo, el lingüista Luis Caldas Tibiriçá, asegura que palabras del antiguo magiar se emplean en varios pueblos de América. En su Dicionário de Termos Asiáticos e Ameríndios (São Paulo, 2000) establece una lista de casi 11 páginas donde aparecen tales términos de forma comparativa. Tibiriçá las identificó entre los idiomas quechua, aimara, maya-guatemalteco, zapoteca y los idiomas indígenas brasileños, como el tupí, pano-kaxinauá, xavante-xerente, kaigang, iaté, botocudo, cariri, bororo, makú con clara predominancia entre el maya y el quechua. 
Por ejemplo la palabra pára, que en magiar significa “rocío”, tiene una equivalente en el quechua, para, que significa “lluvia”, o sanc, que en magiar significa “foso, agujero”, tiene relación con la palabra quechua sankh'a, que significa “abismo”. 


 


Los intraterrestres


En una entrevista realizada en los años 70 para un canal ecuatoriano, Moricz expresaba sus más férreos objetivos: “Después de la Segunda Guerra Mundial me he dedicado a rastrear el origen de la humanidad, para saber porqué estamos en esta Tierra, para saber qué hemos de hacer y dónde habremos de llegar…”. 
En El Universo, un periódico de Guayaquil, con fecha viernes 6 de agosto de 1976, Moricz respondió a algunas preguntas que extraían la esencia de su pensamiento. Ésta es una parte de la entrevista, importante para comprender el misterio de los Tayos: 
"Pueden tildarme de loco, pero hay seres superiores bajo la tierra” (decía Moricz). 
El Universo: “¿Cree que hay hombres allí abajo?”. 
Moricz: “Sí, con un dios inmortal”. 
El Universo: “¿Pero cómo los concibe físicamente?”. 
Moricz: “De carne y hueso, pero genéticamente superiores”. 
El Universo: “¿Ha estado Vd. con ellos?”. 
Moricz: “Por eso puedo darle detalles del asunto”. 
El Universo: “¿Y qué hacen en ese mundo subterráneo?”. 
Moricz: “Hay talleres de tecnología avanzada”. 
El Universo: “¿Los platillos voladores serán aparatos salidos del centro de la Tierra?”. 
Moricz: “Quién sabe…”. 
El Universo: “¿Los shuaras habrán visto estos seres?”. 
Moricz: “Es posible, son sus dioses”. 
El Universo: “Si aceptasen sus condiciones, ¿Vd. conduciría a sus acompañantes a ese lugar?”. 
Moricz: “Primero tendría que seleccionar a los expedicionarios”. 
El Universo: “¿Y con esto basta?”. 
Moricz: “No. Tengo que establecer contacto y ver la posibilidad de ser recibidos”. 
El Universo: “Repare que para muchos esta versión asoma increíble”. 
Moricz: “Así es. Hace cierto tiempo me tildaron de loco; nadie creyó ni siquiera en la existencia de las cuevas. Ahora dicen que son una maravilla. Pues bien, imagino que con lo que le he contado volverán a considerarme un chiflado. Sin embargo, el mundo subterráneo existe y los seres de que le hablo están abajo. No les podemos ver, pero ellos sí a nosotros”. 
Dos franceses, Marie-Thérese Guinchard y Pierre Paolantoni, publicaron un libro en 1978 titulado Los intraterrestres donde recogían varias entrevistas con Moricz. Éste aseguraba haber hallado en uno de los salones subterráneos de los Tayos una mesa sobre la que vio varios libros abiertos de hojas doradas. Vio también cuatro siluetas humanas de baja estatura, vestidas con capas metálicas, rostro ovalado, ojos oscuros y almendrados y una banda en el pelo con una esmeralda. 
Los seres contaron a Moricz que “dominaban la fuerza del Sol y de la Tierra” y que los libros que había visto eran indestructibles. “Ufológicamente podemos calificarlos como ‘grises”, añadió Javier Stagnaro. 
El investigador también comentó que había hablado con el húngaro-argentino durante una de sus visitas a Buenos Aires. “Fue en 1977. Estaba hospedado en un hotel de la Avenida de Mayo. Se había registrado en siete hoteles diferentes, de caros a baratos, pero se alojaba en este último tipo. Me dijo Aguado que le habían intentando secuestrar y matar varias veces. Moricz tenía la representación en Ecuador de 90 empresas mineras y se cree que era una de las mayores fortunas del planeta. Cuando venía siempre traía una bolsita de esmeraldas, y la más barata costaba 50.000 dólares. Era un hombre muy ‘secuestrable’. Tenía cajas fuertes en bancos de todo el mundo y puede que en algunas estén las placas de metal, aunque en teoría no debió sacar ninguna”. 
El diario argentino El Clarín con fecha 31 de marzo de 1991 anunciaba la muerte de Juan Moricz, pero un boletín del CEFAE de Buenos Aires ponía en duda el óbito. Sea cierto o no lo que sí sigue vivo es el mito de la Cueva de los Tayos.









Carlos Crespi 
Según otros investigadores, quien verdaderamente descubrió los inmensos tesoros arqueológicos de la Cueva de los Tayos no fue el húngaro Moricz, sino más bien el sacerdote salesiano Carlos Crespi (1891-1982), nativo de Milán. 

Crespi habría indicado a Moricz cómo entrar en la caverna y cómo encontrar el camino correcto en el laberinto sin fondo que se encuentra en sus profundidades. 

Carlos Crespi, quien llegó a la selva amazónica ecuatoriana en el lejano 1927, supo ganarse pronto la confianza de los autóctonos Jíbaro e hizo que le entregaran, en el curso de los decenios, cientos de fabulosos pedazos arqueológicos que se remontan a una época desconocida, muchos de ellos de oro o laminados en oro, por lo general magistralmente tallados con arcaicos jeroglíficos que nadie ha sabido descifrar hasta hoy. 

A partir de 1960, Crespi obtuvo del Vaticano la autorización de abrir un museo en la ciudad de Cuenca, donde estaba ubicada su misión salesiana. En 1962 hubo un incendio y parte de los hallazgos se perdieron para siempre. 

Crespi estaba convencido de que las láminas y las placas de oro que él encontró y estudió señalaban sin lugar a dudas que el mundo antiguo medioriental anterior al diluvio universal estaba en contacto con las civilizaciones que se habían desarrollado en el Nuevo Mundo a partir de hace sesenta milenios. (mira mi intrevista a la arqueologa Niede Guidon). 

Según el Padre Crespi, los arcaicos signos jeroglíficos incisos o grabados quizá con moldes, no eran otra cosa que la lengua madre de la humanidad, idioma que se hablaba antes del diluvio (ver mi artículo sobre el idioma nostrático). 

Las conclusiones de Crespi eran extrañamente similares a las de otros investigadores del mismo período, como el esotérico peruano Daniel Ruzo (estudioso de Marcahuasi), el médium estadounidense G. H. Williamson, el arqueólogo italiano Constantino Cattoi o el investigador italo-brasilero Gabriel D’Annunzio Baraldi (quien documentó a fondo la Pedra do Ingá). 

A fines de los años 70 del siglo pasado, Gabriel D’Annunzio Baraldi visitó frecuentemente Cuenca, donde conoció tanto a Carlo Crespi como a Juan Moricz. 

En aquella ocasión, Carlo Crespi le reveló al italo-brasilero que la Cueva de los Tayos no tenía fondo y que las miles de ramificaciones subterráneas no eran naturales, sino construidas por el hombre en el pasado. Según Crespi, la mayoría de los hallazgos que los indígenas le daban provenían de una gran pirámide subterránea, situada en una localidad secreta. 

El religioso italiano confesó luego a Baraldi que, por miedo a futuros saqueos, ordenó a los indígenas cubrir totalmente de tierra dicha pirámide, de manera que nadie pudiera encontrarla nunca más.

Según Baraldi, los arcaicos jeroglíficos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos recordaban el antiguo alfabeto de los Hititas, que según él habían viajado y colonizado parcialmente a Suramérica dieciocho siglos antes de Cristo. Baraldi notó que en muchas placas y láminas de oro había varios signos recurrentes: el sol, la pirámide, la serpiente, el elefante. Particularmente, Baraldi interpretó la placa donde estaba incisa una pirámide con un sol en su cima como una gigantesca erupción volcánica que ocurrió en épocas remotas. 

Cuando Carlo Crespi falleció, en enero de 1980, su fantasmagórica colección de arte antediluviana fue sellada para siempre, y nadie pudo admirarla nunca más. Hay muchos rumores sobre la suerte de los valiosísimos hallazgos recogidos pacientemente durante largos decenios por el religioso milanés. 

Hay quienes dicen que simplemente fueron enviados en secreto a Roma y que yacen todavía en algún rincón del Vaticano. 

Otras fuentes pretenden probar que el Banco Central del Ecuador compró, el 9 de julio de 1980, por la suma de 10.667.210 $, aproximadamente 5000 piezas arqueológicas de oro y plata. El responsable del museo del Banco Central del Ecuador, Ernesto Dávila Trujillo, desmintió categóricamente que la entidad del Estado haya comprado la colección privada del Padre Crespi. 

Prescindiendo de la localización física actual de los hallazgos arqueológicos del Padre Crespi, quedan las fotografías y los numerosos testimonios de muchos estudiosos que prueban su veracidad. 

Casi parece que alguien quiso ocultar las fantásticas piezas arqueológicas coleccionadas y estudiadas por el religioso milanés. ¿Por qué? 
Con seguridad, la prueba de que pueblos antediluvianos y otros sucesivos al diluvio, pero netamente mediorientales, hayan visitado la cuenca del Río Amazonas en tiempos tan remotos y que hayan dejado una tal cantidad de maravillosos hallazgos es una verdad que podría ser incómoda. Muchos historiadores convencionales han descrito al Padre Crespi como un impostor o simplemente un visionario que mostró como auténticas láminas de oro que eran sencillamente falsificaciones o copias de otras creaciones artísticas mediorientales. 

Mi opinión sobre los enormes tesoros de la Cueva de los Tayos es que son auténticos y que provienen del Medio Oriente. 

Sin embargo, hay que distinguir entre algunos hallazgos en los que fueron tallados aparentes jeroglíficos y otros que son representaciones de arte sumerio, asirio, egipcio e hitita. 

Estoy convencido de que antes del diluvio, los pueblos que vivían en la tierra firme correspondiente a la actual plataforma continental del continente africano (posteriormente sumergida) tenían frecuentes intercambios con los pueblos que, ya desde hacía sesenta milenios antes de Cristo, vivían en el actual Brasil. La Pedra do Ingá, estudiada a fondo por Baraldi y descrita por mí en enero del 2010, testimonia que pueblos antiquísimos describieron un evento para ellos muy importante (¿quizá el diluvio universal?) utilizando un arcaico método de escritura (¿una forma de escritura nostrática?) después de haber llegado al actual Brasil a causa de un acontecimiento fortuito. 

Además, es útil recordar también el arcaico alfabeto inciso en la estatuilla (proveniente del interior del Brasil), de basalto negro que le dio el escritor Rider Haggard al explorador Percy Fawcett. Dicho alfabeto es muy similar a los signos incisos en las láminas de oro de la Cueva de los Tayos. 

En este sentido se pueden reconocer y describir algunas inscripciones arcaicas de los hallazgos de la Cueva de los Tayos como pertenecientes al idioma nostrático. 

En cuanto a los otros hallazgos, de clara procedencia medio-oriental post-diluviana, me parece correcto considerarlos como restos de varias expediciones ocasionales que fueron llevadas a cabo a partir del tercer milenio antes de Cristo por los sumerios y sucesivamente por los egipcios, fenicios y cartagineses. 

Estas conclusiones mías no están solamente apoyadas en el hecho de que se hayan encontrado restos de hoja de coca en las momias egipcias, sino sobre todo en los recientes descubrimientos en el altiplano andino, como la Fuente Magna y el monolito de Pokotia. 

Queda el misterio de por qué todo aquel inmenso tesoro fue reunido en la Cueva de los Tayos y en los laberintos que se encuentran en sus profundidades. 

En mi opinión, es posible que restringidos grupos de antediluvianos, sobrevivientes de la gigantesca catástrofe, una vez que desembarcaron en Suramérica, hayan querido salvar sus preciosísimas reliquias escondiéndolas luego en una gruta que consideraron segura. 

En lo que concierne, por otro lado, a los pueblos medio-orientales post-diluvianos, refiriéndome particularmente a los sumerios, egipcios, fenicios y cartagineses, es posible que todo grupo viajara con especiales insignias de su estirpe y origen, que en el curso de los años se perdieron en los Andes (como es el caso de la Fuente Magna). A continuación, los antepasados de los indígenas Suhar aglomeraron esas reliquias en la Cueva de los Tayos, considerándolas objetos sagrados que debían ser reunidos obligatoriamente en un lugar considerado mágico por su tradición.

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