Por ejemplo, la doble mención del Génesis resulta algo confusa. Para Collins, cuando el texto se refiere a los Hijos de Dios, quiere decir ángeles celestiales, siendo el original hebreo bene-ha-Elohim. En el versículo 3 del capítulo 6, Dios declara de forma inesperada que su espíritu no puede permanecer en los hombres para siempre, y que puesto que la humanidad es una creación de la carne, su vida útil en lo sucesivo se reduciría a “ciento veinte años”. Sin embargo, en el versículo 4, el tono vuelve de repente al tema original de este capítulo, ya que dice: “Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: los mismos valientes que desde la antigüedad fueron los varones de renombre.”
¿Existieron realmente los Nefilim?
A estas alturas, es bien sabido que una de las tendencias recurrentes de la llamada arqueología alternativa ha sido la búsqueda de “historia real” en las antiguas mitologías o religiones de muchos pueblos del pasado. En otras palabras, lo que tradicionalmente se ha interpretado como pura ficción o creencia, para algunos autores es el fiel reflejo de una realidad muy remota que acabó distorsionada con el paso de los milenios hasta convertirse en un relato aparentemente fantástico. Sin embargo, estas interpretaciones, que no dudan en dar vida a dioses, semidioses, ángeles, gigantes, etc., son rechazadas por la ciencia moderna, que las considera una mera excusa para vender historias sensacionalistas al gran público, pues –en su opinión– carecen del más mínimo sentido fuera de su propio ámbito mitológico.
A pesar de esta negación académica, muchos investigadores han querido ir más allá del enfoque convencional y han buscado pistas de todo tipo que pudieran dar alguna verosimilitud a los mitos. En este sentido, tenemos un magnífico ejemplo en los diversos estudios acerca de la controvertida identidad de los Nefilim, unos seres que aparecen en el Antiguo Testamento de la Biblia judeo-cristiana, concretamente en el sexto capítulo del Génesis. De hecho, son citados dos veces en este libro de la Biblia, si bien de forma escueta:
«Y aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres eran hermosas, y tomaron para sí todas las esposas que eligieron.»«Había gigantes [Nefilim] en la tierra en aquellos días, y también después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: éstos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de nombre.»
Lo cierto es que la discusión sobre ellos es antigua, pero siempre había estado fijada en un plano religioso. Sin embargo, en tiempos recientes, los Nefilim se han puesto muy de moda gracias a la intervención del ya fallecido autor de origen judío Zecharia Sitchin, que los identificó con sus famosos dioses sumerios Anunnaki, protagonistas de toda un saga que daría cobertura a la teoría del antiguo astronauta, incluyendo el polémico tema de la creación artificial del ser humano.
En fin, dado que en los últimos años se ha hablado mucho –a veces desde el dogmatismo, la fantasía o la ignorancia– sobre esta controversia, parece oportuno ofrecer una panorámica de las diversas visiones que se han dado sobre los Nefilim, para que cada cual extraiga luego sus conclusiones. Así pues, vamos a explorar brevemente la identidad de estos seres mitológicos revisando y valorando las principales hipótesis planteadas hasta la fecha.
Empecemos pues por la propuesta lanzada por el ya mencionado Sitchin en su libro El duodécimo planeta (1976), en el cual identificaba a los Nefilim bíblicos con los dioses Anunnaki de la mitología sumeria, teniendo en cuenta que tal paralelismo no es tan osado como pudiera parecer pues –según admiten los propios académicos– la tradición hebrea bebió de las fuentes de los antiguos mitos mesopotámicos. Su argumentación partía de la base de que la traducción del término Nefilim era completamente errónea. Así, la versión griega de la Biblia había optado por traducir Nefilim como “gigantes” en vez de emplear la traducción directa del término hebreo, que debería ser “los que descendieron del cielo a la tierra”, siendo éste precisamente el significado que él otorgaba también a los dioses Anunnaki. Pero vamos a ir un poco más al detalle.
Para Sitchin, la traducción correcta del fragmento del Génesis sería esta:
«Los Nefilim estaban sobre la Tierra, en aquellos días y también después, cuando los hijos de los dioses cohabitaban con las hijas de los Adán, y ellas les daban hijos. Ellos fueron los poderosos de la Eternidad, el Pueblo del shem.»
Básicamente lo que el autor judío nos aportaba es una nueva interpretación a partir de dos conceptos. Por un lado, como hemos apuntado, mantenía el término original hebreo Nefilim en vez del clásico “gigantes”. Así, Sitchin, buen conocedor de la lengua hebrea, defendía que la palabra Nefilim procedía de la raíz semita NFL (“ser lanzado abajo”), lo que en definitiva significaría literalmente “los que fueron arrojados a la Tierra”. Por otro lado, tampoco reconocía la traducción convencional de la palabra shem(“nombre”, “renombre”), y en su lugar aplicaba su propia traducción, que es ni más ni menos que “cohete o nave espacial”.
Entonces, juntando estas piezas bíblicas con la mitología sumeria, Sitchin ofrecía su escenario perfecto para la intervención de dioses venidos del espacio. Desde su punto de vista, los Anunnaki (o Nefilim) eran, en efecto, el “pueblo de los shem” (naves espaciales), que habría descendido a la Tierra a fin de obtener oro, elemento necesario para la protección de la dañada atmósfera de su planeta original, Nibiru. Como resultado de esta empresa, se hizo necesario disponer de trabajadores esclavos que llevasen a cabo el duro trabajo de la extracción minera, y sería en este contexto en que los dioses habrían creado a un “trabajador primitivo” o lu.lu después de varios experimentos. Este prototipo exitoso, el primer hombre, habría sido llamado adamu o adapa, el Adán de la Biblia.
En suma, la historia de los Nefilim según Sitchin nos lleva al típico escenario de antiguos astronautas que a su vez da pie a la llamada teoría intervencionista, que considera que el Homo sapiensno es fruto de un proceso evolutivo natural sino de la ingeniería genética practicada por unos seres extraterrestres sobre un homínido primitivo. Así pues, Sitchin, tomando elementos del Antiguo Testamento y sobre todo de las antiguas tablillas mesopotámicas, construyó una historia que bien podríamos llamar de “arqueología-ficción” en la cual los dioses Anunnaki, o sea, unos humanoides de carne y hueso venidos de un lejano planeta, habitaron la Tierra durante más de medio millón de años, establecieron bases permanentes y crearon a la criatura humana para que trabajase a su servicio. Más adelante, tras el Diluvio universal, los dioses habrían concedido la civilización a la Humanidad y habrían partido de vuelta a su mundo tras una tremenda guerra nuclear entre facciones Anunnaki a finales del tercer milenio a. C. (A este respecto, cabe señalar que otros autores afirman que en realidad los Anunnaki nunca se marcharon sino que permanecen aún entre nosotros controlando los asuntos humanos.)
La segunda visión sobre los Nefilim procede del investigador británico Andrew Collins, que escribió un interesante libro sobre los bíblicos Vigilantes y sus descendientes los Nefilim titulado The forbidden legacy of a fallen race (“El legado prohibido de una raza caída”). Collins, que se desmarca de la teoría extraterrestre, plantea en su obra varias cuestiones relacionadas con estos Vigilantes, unos seres superiores o semidivinos (“Hijos de Dios”), que de algún modo cayeron en desgracia, así como sus descendientes, los Nefilim. El autor inglés compara las citas bíblicas con el famoso Libro de Enoc –el libro que habla de los Vigilantes en calidad de “ángeles caídos”– y comprueba que hay cosas que no acaban de cuadrar y que oscurecen el perfil de los Nefilim.
Por ejemplo, la doble mención del Génesis resulta algo confusa. Para Collins, cuando el texto se refiere a los Hijos de Dios, quiere decir ángeles celestiales, siendo el original hebreo bene-ha-Elohim. En el versículo 3 del capítulo 6, Dios declara de forma inesperada que su espíritu no puede permanecer en los hombres para siempre, y que puesto que la humanidad es una creación de la carne, su vida útil en lo sucesivo se reduciría a “ciento veinte años”. Sin embargo, en el versículo 4, el tono vuelve de repente al tema original de este capítulo, ya que dice: “Los Nefilim estaban en la tierra en aquellos días, y también después, cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y les engendraron hijos: los mismos valientes que desde la antigüedad fueron los varones de renombre.”
Según Collins, los teólogos, para tratar de resolver este tema, habrían optado por la hipótesis de que los ángeles habrían caído en desgracia dos veces, primero por el orgullo y luego por la lujuria. Pero en opinión del autor británico estos dos fragmentos podrían pertenecer a tradiciones y épocas distintas, y de ahí la confusión entre los bene ha-Elohim (Hijos de Dios) y los Nefilim. Los primeros serían un añadido muy posterior, con origen en Irán, mientras que los segundos serían propiamente los ángeles caídos de la tradición hebrea.
Por otro lado, Andrew Collins concede gran importancia al Libro de Enoc (que en realidad sería anterior al Génesis), pues vendría a ofrecer un relato bastante revelador en cuanto al origen de los Nefilim. Según este libro, doscientos de los Erin–“los que vigilan” o Vigilantes– se convirtieron en ángeles caídos, al descender al mundo terrenal de los mortales y cohabitar con mujeres humanas. Estos transgresores tuvieron descendencia fruto de esta cohabitación y tales seres híbridos fueron llamados Nefilim, un término hebreo que puede traducirse como “los que han caído”, y que luego se convirtió en “gigantes” en la versión griega. Al parecer, los Nefilim se dedicaron en principio a instruir y civilizar a los humanos, enseñándoles múltiples conocimientos y artes. Sin embargo, luego, los Nefilim se volvieron contra los humanos, cometiendo toda clase de maldades y tropelías, tal y como se menciona en el propio Libro de Enoc. Entonces, los Vigilantescelestiales escucharon las quejas de los humanos y procedieron a juzgar y castigar duramente a los Nefilim, empezando por su líder Shemihaza. Así, los rebeldes fueron finalmente recluidos en una especie de prisión celestial, un abismo de fuego (¿el infierno?).
A partir de este punto, Collins apuesta por una investigación a caballo entre la mitología y la arqueología, a fin de obtener un perfil más terrenal de los Nefilim, que tal vez no serían tan etéreos como se podría suponer. Su investigación le lleva a relacionar a los Nefilim con unos seres (¿chamanes?) medio humanos medio pájaros, considerados por los hombres comodemonios, que habrían habitado una determinada región de Oriente Medio, más concretamente las montañas de Media, al noroeste del actual Irán.
Además, la literatura enoquiana y los rollos del Mar Muerto también recogían otra descripción de estos seres, caracterizados fuertemente por tener el rostro de víbora, lo cual casa con la iconografía de ciertas estatuillas de la cultura neolítica mesopotámica de el-Obeid o Ubaid (datada hacia 5.000 a. C.), en las cuales aparecen unas divinidades con rasgos marcadamente reptiloides. En opinión de Collins, estas efigies derivaban directamente de unas imágenes muy similares de la anterior cultura protoneolítica de Jarmo (en el Kurdistán), zona supuestamente habitada por los Vigilantes. Así, Collins especula con la idea de que fueron estos seres los que adiestraron a los primitivos habitantes de la región en las habilidades agrícolas.
La tercera visión, propuesta por el investigador alternativo holandés L. C. Geerts, se sustenta en varias fuentes religiosas y trata de situar el tema en la oscura polémica sobre los gigantes, introduciendo en la controversia un nuevo elemento directamente relacionado con los Nefilim: los llamados Anakim. Básicamente, lo que Geerts propone es que la confusa dualidad expresada en el Génesis se debe a la yuxtaposición de dos tradiciones diferentes (como acabamos de ver en lo expuesto por Collins), pero incorporando la figura de los Anakim bíblicos como descendientes de los propios Nefilim.
Así pues, el escenario de Geerts es más o menos el siguiente: los hijos de Dios o “Vigilantes” se habrían unido a las hijas de los hombres, creando así una raza híbrida de gigantes. En este caso, los Nefilim serían propiamente los mismos Vigilantes (o sea, dos nombres distintos para una misma estirpe), mientras que su descendencia serían los Anakim, raza de gigantes también citada en la Biblia. Así pues, los ángeles caídos o Nefilim serían gigantes, al igual que sus descendientes los Anakim, y no sólo en un sentido físico, sino también por tener capacidades superiores a los humanos “normales”. Así, aunque estos seres habrían ido decreciendo en tamaño con el paso de los siglos, habrían sido los responsables de las grandes obras y monumentos de la Antigüedad, sobre todo los de carácter megalítico, atribuidos (erróneamente, a juicio del autor holandés) a las primeras civilizaciones conocidas. En cualquier caso, esta raza o razas de gigantes habría caído en desgracia por haberse rebelado contra la gran autoridad divina y habría sido castigada consecuentemente, todo ello antes de la aparición del humano moderno (Homo sapiens).
Por otra parte, en la mayoría de escrituras sagradas, todos estos ángeles caídos y razas derivadas serían denominados con diversos nombres, como gigantes, Anakim, demonios y monstruos,acentuando especialmente su faceta maligna y perversa. Esta tradición se fundamentaría en el hecho de que estos gigantes se habrían cruzado con diversos animales, creando así unas criaturas fantásticas (medio humanas medio bestias) que fueron adorados y temidos al mismo tiempo, y que están recogidos en mitos y leyendas de diversas culturas.
En definitiva, Geerts, a partir de los textos religiosos, reconstruye una historia supuestamente real sobre la presencia de gigantes sobre la tierra antes de que surgiera la raza de humanos actuales. Estos Nefilim, a pesar de haber sido castigados por sus creadores y de haber estado al borde de la desaparición a causa del Diluvio universal, habrían pervivido hasta épocas que podríamos calificar de históricas, según vemos en episodios bíblicos como la lucha de los israelitas contra los últimos representantes de estas razas.
Finalmente, cabe destacar el trabajo del investigador griego Petros Koutoupis, que se ha centrado en la cuestión propiamente filológica, descartando que los Nefilim fueran antiguos astronautas o que pertenecieran a una cultura muy anterior a las conocidas convencionalmente. En su estudio, Koutoupis parte de la interpretación propuesta por Sitchin y considera que su traducción es errónea, ya que la palabra correcta hebrea para “descender” es yārad, que no tendría pues relación con los Nefilim. En su opinión, la cuestión filológica tiene gran importancia para aclarar el auténtico origen del mito de los Nefilim. El autor griego aduce que se ha querido relacionar la palabra hebrea nāfal(“caer”, “sucumbir”) con los Nefilim, pero el plural de este término no puede ser nefilim de ningún modo.
Además, observa que en los escritos de la religión judía se aprecia una duplicidad en la escritura de la palabra Nefilim: NFYLYM / NFLYM. La diferencia entre ambas grafías es que en la primera tenemos una yod adicional, que resulta muy excepcional, pues en la gran mayoría de textos aparece la segunda forma, sin esta yod. El asunto no es menor, pues Koutoupis, basándose en que la tradición hebrea más antigua no poseía letras para las vocales, cree que los escribas de épocas más recientes habrían añadido los signos vocálicos para preservar la pronunciación tradicional, y de aquí la aparición de la grafía Nefilim, tal como se observa en Números 13:33. No obstante, lo que podría haber ocurrido aquí es una confusión de términos, pues en el Libro de Job (de los rollos del Mar Muerto), escrito en arameo, hallamos el términonefilā referido a la constelación de Orión, cuyo masculino sería nāfil (plural nefilin), que se traduce literalmente como “gigante”. Así pues, pasando del arameo nefilin al hebreo nefilim, ya tendríamos la palabra que se tradujo normalmente como “gigantes”, y que en realidad podría tener un origen arameo.
Por otro lado, tomando las propias fuentes bíblicas y comparándolas con los relatos de otras culturas, vemos que el perfil de estos gigantes no está nada claro. Por un lado, serían los héroes de gran renombre, portadores de la cultura y la civilización, mientras que por otro se los presenta como seres demoníacos y malvados. ¿Cómo casamos ambas visiones? Koutoupis recurre a otra fuente, el Libro de Jasher (una obra compilada justo después del exilio judío en Babilonia), para tratar de esclarecer esta cuestión. En este libro se habla de Enoc como rey de la Humanidad pero no hay mención alguna a los Hijos de Dios ni a los Nefilim. A juicio del autor griego, en realidad no hay conexión entre los hijos de Dios, los Nefilim y la corrupción de la Humanidad. Además, si los Nefilim eran responsables de esta corrupción, no queda nada claro cómo es que aparecen “sobre la Tierra en aquellos días y después de eso” (¿el Diluvio?). En vez de considerar que los gigantes Nefilim volvieron de alguna manera a la Tierra tras el Diluvio, sería mas adecuado considerar que nunca llegaron a ser barridos o apartados de ella
Siguiendo esta pista, el autor cree que es más correcto ceñirse a la mitología mesopotámica, que nos habla del héroe semidivino Gilgamesh, en dos tercios divino y en un tercio humano, y que tendría todo el aspecto de un gigante. En efecto, los semidioses de la mitología sumeria –que habrían existido antes y después del Diluvio– presentan un perfil que coincide básicamente con el de los Nefilim y son representados en un tamaño superior al de los humanos. Así pues, estos antiguos gigantes serían propiamente los “héroes de renombre”, guerreros y capaces de grandes gestas, pero no propiamente “demonios”.
Koutoupis concluye su propuesta apuntando a que en algún momento la tradición hebrea tomó el término arameo nāfil, y que eso pudo suceder en el periodo del post-exilio, bajo la fuerte influencia persa. La historia de la corrupción de la Humanidad por obra de los Nefilim habría sido pues una interpretación adquirida en época tardía por inspiración de la religión zoroástrica, que tenía un Dios supremo (Ahura Mazda) y unos demonios o ángeles caídos (daevas). De este modo, la religión judía habría adoptado un enfoque dualístico en que cualquier deidad que no fuera el único y buen dios Yahveh sería necesariamente malvada. Aquí el autor especula con la idea de que los escribas judíos no pudieran concebir que los hombres hubieran optado por el mal de forma libre, sino que hubieran sido inducidos al mal por fuerzas malignas superiores, lo cual hubiera hecho recaer todas las culpas sobre los gigantes semidivinos, pasando de ser héroes a ser demonios.
Concluyendo, hemos visto varias interpretaciones sobre la figura de los Nefilim, que se mueven en los pantanosos terrenos del mito y la religión, pero con algunos ecos que podrían conectar con un remoto pasado que podríamos situar en un contexto histórico-arqueológico. De todas formas, con los datos disponibles hasta el momento no es posible validar ninguna de las teorías, pero no podemos descartar que tantas referencias –y tan semejantes– a estos seres que convivieron con los humanos en un pasado muy remoto pudieran tener algún sustrato de verdad. En todo caso, para adentrarnos en esta controversia conviene tener la mente despejada y abierta a todas las opciones, porque bien podría ser que algún día –a la luz de nuevas pruebas– los mitos se mostrasen más verdaderos que las interpretaciones de nuestra actual ciencia ortodoxa.
© Xavier Bartlett 2015 - Licenciado en Prehistoria e Hª Antigua por la Universidad de Barcelona
Autor del libro “La Historia Imperfecta”, una introducción a la historia alternativa de Ediciones Obelisco